Desde muy temprana edad vi en personas cercanas una vocación de servicio que llamó mi atención. Fui educado en un colegio de la Compañía de Jesús, así que tuve la oportunidad de conocer muy de cerca a la Espiritualidad Ignaciana durante mi formación y juventud. Hacia los 15 años me uní con unos compañeros a un grupo llamado CVX’S, que significa Comunidad de Vida Cristiana-Secundaria, una iniciativa para jóvenes que llegó a mi país desde Chile, en donde podíamos experimentar el autoconocimiento, la práctica de la Espiritualidad Ignaciana y, lo que fue más significativo para mi, el crecer en compañía de amigos de mi edad, quienes tenían preguntas y dudas similares a las mías. Con la comunidad de CVX a la que pertenecía, pude participar de campamentos misión y de trabajo, en veredas y lugares rurales de mi país (Colombia), conociendo una forma de vida que, siendo de ciudad, era lejana para mi. A la edad de los 16 o 17 años contemplé como propósito de vida unirme a la Compañía de Jesús. Su forma de vida en servicio me llamaba poderosamente la atención. Después de graduarme, comprendí que mi llamado a conformar una familia era muy fuerte, y que el servicio no necesariamente tenía que estar ligado a un voto religioso. Durante mi vida universitaria, seguí haciendo parte de CVX, esta vez universitaria, mientras coordinaba con otros compañeros la CVX Secundaria. Esto me permitió continuar recibiendo, durante toda mi época universitaria, la formación en Liderazgo y Espiritualidad que ofrecen los Jesuítas, lo que siguió abriendo en mi, oportunidades de crecimiento y de autoconocimiento. Esto tuvo como desenlace que un día nos preguntáramos con unos compañeros, por qué no podríamos hacer lo mismo como forma de vida profesional, y así fue como conformamos una Corporación para el Desarrollo del Talento Humano, empresa que existió durante algunos años. En ella, pude unir el servicio y el crecimiento personal, con la ingeniería, pues, por azares del destino, terminamos creando el llamado ‘Semillero de Iniciación e Inventiva en Robótica’ por el que pasaron más de mil jóvenes de colegios de Cali. Al cerrar la empresa me dediqué de lleno al campo de la ingeniería en el que tuve grandes aprendizajes, uno de los cuáles me llevó a renunciar al trabajo que tenía en aquel momento, pues sentía un gran vacío existencial. Mi familia, la que ya había creado en ese momento, me apoyó durante toda esta etapa. Al reconocer mi don y gusto de trabajar con personas me perfilé en mi campo hacia la dirección y coordinación de equipos de tecnología, en su mayoría jóvenes; a la vez que fui profesor universitario durante más de 10 años. Reconocer esta faceta mía me ha permitido navegar en el mundo empresarial sin renunciar a mi vocación.

Paralelamente a mi desarrollo como profesional me ha interesado la formación en terapias alternativas que pudieran conllevar al servicio de acompañamiento espiritual, por lo cuál hice varios cursos de este tipo. Estudié Reiki, en la Escuela de Magia del Amor, Meditación Merkaba, Numerología, entre otras varias técnicas similares.

Durante el confinamiento producido por el covid-19, mi esposa y yo experimentamos trabajar en casa, al mismo tiempo que probamos y exploramos en compañía de familias amigas, la educación en casa, lo que nos permitió a nuestros hijos y a nosotros mismos, vivir un año de total tranquilidad, goce y grandes desafíos educativos y personales. Esta experiencia nos dió las fuerzas para arrancar un sueño familiar de viajar juntos, por lo cuál, como primer paso, nos desplazamos de nuestro lugar de residencia en el Valle del Cauca, Colombia, hacia una zona montañosa y templada en la que nos recibía la familia de mi esposa para acompañar y ayudar en el cuidado y protección del bosque nublado Barbas Bremen en el municipio de Filandia, Quindío. Aquí nos desplazamos juntos y encontramos un entorno que nos acogía y nos regalaba la magia de habitar, compartir y cuidarnos mutuamente con la naturaleza. Desde nuestra llegada a este territorio he tenido varias experiencias que han despertado en mí, con mayor intensidad, el deseo por acompañar y servir. En un viaje al exterior, a través de una experiencia con la medicina de San Pedro recibí el llamado que con mi esposa nombramos como El Camino del Puma, el cuál me encuentro caminando, aprendiendo, compartiendo y disfrutando.

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